01 enero 2020

> Co. Santa Elena - Mendoza (Nov 2007)

Venturas y desventuras de la Expedición Arenque Ahumado
Por Fernando Vilardebó
fvilarde@fibertel.com.ar

"Arriba no hay nada, sólo la historia que has escrito con tu vida para llegar. Por eso, en realidad, no importa llegar hasta arriba, sino la forma en que lo has hecho."
(Alfonso Vizán)


El viaje prometido era salir de Buenos Aires matando caballos durante las semanas previas, apurar el trabajo para salir distendido a descansar subiendo una montaña posible de subir casi sin aclimatar. La montaña elegida fue esta vez el Cerro Santa Elena, en Mendoza, de 5100 m. con un posible premio adicional si el tiempo y el espíritu daban podía encadenarse una segunda cumbre al hilo, la del Agustín Alvarez, de la misma altura. El premio iba a ser mayor, 4 días en las montañas y volver con dos cinco miles...

Jueves 13.30 salimos de Buenos Aires en una impactante camioneta 4x4 Land Rover Defender equipada para todo menos para ir rápido por una ruta como un auto de calle. Claro, no se puede tener todo en la vida...

Lento, pero seguro, casi sin parar llegamos pasada la medianoche a Mendoza city, dejamos unos bártulos y seguimos hacia El Salto, para vivaquear (término éste militar de cuando las tropas duermen a la intemperie) al final de una calle cortada, junto a un portón que oficia de entrada a la estancia El Salto en cuyos territorios están estas importantes montañas que pertenecen al Cordón del Plata. Dormir en la calle por más entrada a un campo que uno esté siempre da cosita... Un perro nos despierta ladrando a nuestras narices (lo único que sobresalía de nuestros bolsos de dormir). Intempestivamente la alarma de la camioneta sonaba y sonaba varias veces... No, no es muy bonito dormir en la intemperie, no obstante -pienso- hay mucha gente durmiendo en las calles de Buenos Aires... Dormimos interruptus de 2.30 a 7.30 a.m. en que el sol (y el perro, otra vez!) nos despertaron. Preparamos los petates, pagamos el "entrance fee" a la estancia, más robo que otra cosa pues sigo sosteniendo que las montañas no pueden ser privadas. Y al horario amable de las 9.30 de la mañana, iniciamos la marcha con un fuerte viento en contra.


Fer "El Escritor" Vilardebó


El aventurero PAI


Horas pasaron y pasamos por unos campos de ensueño, con flores, matas de rosa mosqueta, vacas y caballos bien alimentados, vadeamos dos y tres veces un mismo río no siendo los mismos cada vez que saltábamos las piedras para superar los cursos de agua.








Completamos el recorrido de la primer quebrada, siempre con el mismo (?) río a nuestra vera y tomamos por la quebrada que se dirigía hacia La Cascada, una imponente caída de agua que, sin importarle nuestra presencia, cae y cae sin parar desde una altura cuya dimensión fue motivo de importante discusión.




Hasta aquí fueron unas cuatro horas de marcha, setecientos metros de desnivel superados y el ánimo intacto. Ahora, frente a la cascada si fuéramos cóndores la cosa era fácil, pero las mutaciones habidas en nuestras personas por imperio de las sucesivas entradas al río no dieron esa posibilidad. Tuvimos que subir una ladera contigua para acceder a un filo que nos llevaría a un portezuelo por el que acceder a una sucesión de veredas que surcaban las alturas desde las cuales la tentación de ser cóndores era notable.





Le avisé a mi amigo Pai que ni lo intentara, que la mutación seguía sin acontecer. Pai hizo lo propio conmigo. El agotamiento que sufría era notable, no podía más. Eran las 17.30, estábamos a los 3100m. y consideramos que ya estaba bien, que subir más no nos iba a llevar a paraíso alguno así que junto a una monumental piedra emparejamos el terreno y plantamos la carpa. Campamento uno, C1 denominación técnica para los entendidos.



Porsiaca, evitando la tentación de creer que el Pai es una clase de sacerdote brasilero con poderes sobrenaturales, no. Definitivamente no lo es. Su apodo proviene de las iniciales de sus nombres y apellido.




El tema de los vectores.

Comí muy poco, el agotamiento y falta de costumbre a la altura me lo sugería. La náusea no fue patrimonio exclusivo de Sartre, yo mismo la sentía. Una obligada Quick Soup de arvejas con cubitos de pan tostado que supo peor que la nada existencial. Pedí a mi compañero que cortara una rodaja milimétrica de un queso gouda con un intragable espantoso pan de cereales -aquí y allá- de la casa alemana Hausbrot. Los alemanes entre otras torturas espantosas que le han prodigado a la humanidad sostienen la fabricación de estos panes, y el peor sigue siendo el Volkoren, una fina rodaja de corcho gomoso que dicen ser buenísimo para... la salud.

Pai, un Licenciado en Economía enciclopedista devenido a empresario, tras embucharme amenazante con el pan y el queso, insistía con una teoría que me costó toda la expedición comprender. Es más, la expedición terminó y sigo pensando en su factibilidad. Pai sostiene que durmiendo en terreno desnivelado uno tiene que elegir un solo vector de deslizamiento, no dos. Ajá! Si plantamos la carpa en medio de la ladera el vector de deslizamiento es hacia abajo, pero si la ladera no solo va hacia abajo sino también hacia la derecha no solo terminaríamos arrinconados a los pies de la carpa sino apilados hacia la derecha, abajo, en un rinconcito de la misma. Suena razonable, ¿no? Será también efecto del escaso oxigeno que me costaba entender lo que el tipo decía, no importándole a él mi incomprensión siguió con su teoría y empujó mi humanidad dormida varias veces durante la noche en el sentido opuesto de los vectores aplicados, tras advertirme una y otra vez con la teoría vectorial en cuestión.

El sueño todo lo puede y repara lo irreparable. Sin advertirlo el sol salió y el nuevo día, camino al C2 (campamento dos para los neófitos) se inicia.



Nos pusimos en marcha sin dudarlo, tras un buen desayuno -más queso, más pan (en la vida uno se acostumbra a todo)-, sin apuro, volvimos a salir a las 9.30 hs. Nos habíamos quedado sin agua, un problema, solo teníamos una coca cola de 600 cl. y poco más de un litro de agua con jugo Tang. Estas líneas contestan esa pregunta anti imperialista rabiosa de por qué no echar a las empresas americanas explotadoras. La Coca-Cola de 600cl nos salvó la vida, fue la única hidratación que tuvimos hasta encontrar el curso de agua que alimentaba la cascada que nos
fascinó desde abajo.

Cargamos todas las botellas, botellitas, dromedario (cantimplora de tela engomada que contiene casi dos litros y media de agua) e incluso la mini botella de Coca-Cola de 600 cl, ahora vacía del imperialista líquido pero lleno de hidrogeno2oxígeno. El humor había vuelto al espíritu, tenía cuatro litros seiscientos de agua. Un cóndor nos merodeaba desde lo alto. Mi mochila pesaba entonces 4 kilos seiscientos gramos más. No, no se puede tener todo en la vida.



Pasamos por vericuetos increíbles, fabulosos con la pesada mochila lacerando los músculos de los hombros.

Llegamos al refugio Ianiglia, a 3600m, el objetivo teórico del primer día. Ni en motoneta hubiera llegado a esta altura el primer día. En motoneta seguro que no.



El Pai, compañero ideal al respecto gourmet, abrió una lata de arenques ahumados daneses que combinaron extrañamente bien con el pan alemán del que hablé tan mal antes de aquí... Cambian las cosas, he notado. El delicado sabor del pan negro con cereales era la base ideal para el ahumado del arenque nórdico.



El refugio de Altura.

Tras una breve inspección al humilde, pero indispensable, refugio Ianiglia (1) (sigla del instituto de estudios glaciológicos de Mendoza) ámbito de vida de unas bien alimentadas ratas que para nuestro horror infectan todo con hantavirus y lectospirosis y no sé cuantas más cosas malas dice el Pai. Yo pensé en Camilo, mi hámster color té con leche de cuando tenía 8 años y llevaba en el bolsillo del delantal al colegio y no tenía nada de todo eso, se me subía al hombro, pasaba por mi cuello y se asomaba gracioso a uno y otro lado. Otra vez mi teoría no pudo imponerse y el Pai impuso sus malos pensamientos en contra de esos simpáticos roedores y salimos cual rata por tirante disparados hacia arriba tratando de alcanzar los 1000 metros de desnivel hasta llegar al C2 para alivianar el destino del tercer día, el glorioso día de cumbre.

Promediando una morrena (denomínase así a un montón de piedras y barro acumuladas tras el paso de un glaciar, y siendo que el glaciar pasó hace miles de años el barro hoy es tierra y polvo) y siguiendo una teoría -¡mía esta vez!- de que abajo de las piedras grandes hay medianas, y debajo de las medianas hay chicas, y debajo de las chicas hay tierra, y debajo de la tierra hay polvillo; y que limpiando de grandes medianas y pequeñas íbamos a poder dormir en un espacio horizontal, libre de vectores (¡válgame Dios!), comenzamos la preparación del terreno munidos de piquetas (piolet para los franceses), rastrillos improvisados con el pie y ambas manos.

Pai, desconfiado, saca en un sector mínimo las piedras grandes para encontrar medianas, saca éstas para encontrar pequeñas, saca estas para encontrar tierra y finamente polvillo comprobando fácticamente mi teoría. ¡Mi perro cazó una mosca!, pensó (estoy seguro) y me dio la razón. Nos aplicamos a la nivelación del terreno y plantamos la carpa en el lugar más horizontal que conozca el hombre desde que se inventó el Análisis Vectorial. Dormimos casi sin conflictos, con sueños extraños, extraños como siempre en la altura y con el sol ya alto abrimos los ojos y salimos hacia la cumbre, tras desayunar pan con queso.






La cumbre, ni de pedo.

La regularidad es indispensable en estos deportes de largo aliento. Contador al fin, el que suscribe, no puede dejar de analizar la tasa de avance horaria definiendo como tal la cantidad de metros de desnivel que se cubren en una hora, en dos, en tres, y el promedio proyectado me entrega el inexorable dato de a qué hora hemos de estar hollando la cumbre, o pegando la vuelta para salvar el pellejo del frío inclemente que se desata en estos territorios tras la caída del sol.

No, no daban los tiempos. Íbamos a estar llegando a la cumbre de noche si es que podía sostener la tasa de avance horaria. Y verificado tenía, en función de la experiencia empírica de las primeras dos jornadas que a partir de la sexta hora mi rendimiento caía estrepitosamente lo cual con explicación pero sin salida, no nos iba a llevar a la cumbre.

Lo supe pero no se lo dije al Pai. Como el miembro más experimentado de esta dupla llamada expedición Arenque Ahumado no podía destruir su necesaria ilusión de cumbre en virtud de frías matemáticas. Yo soy el hombre más feliz del mundo cuando hago cumbre. Y cuando no hago cumbre también, pero por imperio de otra necesidad (que he de explicar en otro momento) despliego un infinito arsenal de recursos semánticos, argumentales, falaces, verseros, dialécticos para explicar por qué no quise, no pude, no supe llegar a la cumbre. No hay nada nuevo bajo el sol, dijo mi abuela.

La cumbre es una casualidad bien organizada del último día, nada más.

La cumbre es la frutilla de la torta, todos la comen.

Mejor esta: La cumbre es la cereza de la torta. Con las cerezas pasa algo que yo no entiendo, a mi me encantan pero hay mucha gente que las deja, ergo puede no importar.

Puede no darse la casualidad.

No llegamos, estaba claro (para mí) que no íbamos a llegar desde el primer día. Solo que yo seguí arriba, ilusionado, feliz, felicísimo de dar paso tras paso descubriendo nuevos paisajes, viendo nuevos atardeceres, e increíbles amaneceres sin importarme esa inexorable vuelta atrás antes del final. Agotándome por el puro placer de estar andando, vías arriba con el enorme interrogante de ver que hay atrás de aquel morro, de aquel portezuelo. Saber qué nos depara el mundo tras aquel abra es un interrogante que me emociona provocando una taquicardia y una alegría que me impulsa.



Seguimos hasta mediodía del domingo en que Pai quiso ver que había detrás de unas gigantes rocas al final de un pedrero. Siguió media hora más que yo, 65 metros más de desnivel hasta ver que más arriba había más y más pendiente todavía. Llegó a su altura máxima, 4385 m. Yo, placido y feliz, lo esperé unos metros mas abajo haciendo fotos y descubriendo formas psicodélicas en el caprichoso derretir de los penitentes.







Cuesta abajo en mi rodada es fácil en el tango mas no en la montaña.

Bajar es un plomo, cuesta tiempo, mucho tiempo y uno ya no tiene el nivel de adrenalina e ilusión como pa'subir, y uno tiene que bajar, accionando otros músculos, cargando las rodillas con la mochila recontrapesada, con kilos de comida que no comió y que va a parar irremediablemente a la primer escuela zonal cercana. Uno baja rápido ilusionado con la pizza, el asado, el sándwich de lomito más el fogoso, romántico e indispensable reunión con la mujer; el amoroso encuentro con los hijos. La vuelta cuesta, cuesta mucho. Es tan excitante como la cumbre divisar el techo del vehículo que nos llevó a la base. Tanto más...

Tras preparar el último campamento en vivac a 3 horas de la camioneta, hacemos un arroz tipo paella, aderezado con cebollas deshidratadas y mejillones españoles enteros, sin limón, para recordar –por qué no– aquella paella en las orillas del Mediterráneo.

Dormimos sin vectores ni carpas, pero con muchas estrellas. Despertamos a un glorioso amanecer, desayunamos la no menos magnífica tríada "pan de cereales + gouda + longaniza española", levantamos campamento y salimos cantando bajito rumbo a la camioneta.





Breakfast of champions!!!






El primer aseo en 4 días... un bañito matinal con agua de deshielo.


El salto de La Cascada sonríe esperándonos ver pasar, mas experimentados, la próxima primavera.

Sonrío y le guiño el ojo, es un secreto entre nosotros, aquí estaremos.


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(1) IANIGLIA son las siglas del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales, que depende del CRICYT (Centro Regional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas).



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Ya en la ciudad, la tradición ha de honrarse... ¡un buen lomo menduco con cerveza para festejar la bajada sanos y salvos!

Nuestro agradecimiento a La India por sus perfectos lomos y el aguante de recibir a dos tipos que no habían visto una ducha en 5 días



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